La verdadera libertad es aquella que te permite estar en paz independientemente de las circunstancias o de estar bien en donde estés. Si la felicidad dependiera del lugar y la persona adecuados y que no falte nada de lo que deseamos, nuestros momentos de felicidad serían lo que realmente son: pocos y muy fugaces. Ser libres significa no necesitar nada específico para ser felices, una persona libre disfruta sola o acompañada, con o sin dinero; su tranquilidad no depende del amor de una persona, de la compañía de alguien, o de que cada minuto de su vida este cubierto por alguna actividad productiva.
Nos apegamos a nuestros seres queridos, logros, pertenencias y a la posición social o profesional porque pensamos que sin esto no podríamos ser felices. Un apego puede ser cualquier persona, cosa o situación que necesitamos para estar bien. La libertad y felicidad son actitudes internas y vienen de adentro y no de afuera; depende de nuestra forma de ver la vida y no de lo que ésta nos quite o nos de. Podremos experimentarlas cuando necesitemos menos de ser aceptados, reconocidos y exitosos, cuando no dependamos de las circunstancias y sintamos la misma paz en medio de un embotellamiento (presa de carros en la hora pico) o en la situación más atractiva imaginable.
El primer paso para ser libres es el autoconocimiento, darnos cuenta de cómo y porqué reaccionamos como lo hacemos. Vivimos como si estuviéramos en piloto automático sin tener consciencia de todas las reacciones y actitudes que son provocadas por nuestra manera de pensar. Tenemos que empezar a observar las idas y vueltas de nuestra mente porque es ahí donde se origina la inquietud en la que vivimos y son la fuente de toda nuestra infelicidad.
Desde que nacemos estamos condicionados para pensar de cierta manera. Dependiendo de nuestra cultura, medio socioeconómico, religión o familia, varía la programación. Por eso no todos reaccionamos de la misma forma ante las mismas circunstancias. Todo lo que me gusta o me disgusta, todos mis juicios que surgen ante cualquier situación, sobre mi mismo o sobre los demás, obedecen a nuestra forma de estar programados. Al igual que nuestros apegos dependen de lo que, según el programa, es importante para ser felices.
Lo único que me impide estar en armonía con lo que la vida me presenta momento a momento son mis ideas al respecto, que se oponen. Por eso es necesario empezar a observar nuestros procesos mentales para darnos cuenta de que somos esclavos de ellos. Y la manera de liberarlos es contemplarlos sin juzgarlos; mirar, como si se tratara de una película, los pensamientos y reacciones que pasan constantemente por la mente. Ser testigos imparciales de todo lo que acontece dentro de nosotros. Al conocernos e ir desarrollando la capacidad de observar sin emitir juicios, poco a poco nuestras estructuras mentales van perdiendo su fuerza, el reconocerlas sin atacarlas la suaviza dando lugar a que la luz interna se manifieste en forma de paz y armonía.
“Cuando sientas el corazón triste y hayas perdido el rumbo busca en tu interior. Cuando el corazón te diga sus verdades, no habrá fallo posible”