– La relación más profunda que tenemos en nuestra vida y que hemos de tener hasta la muerte es la relación con nuestros padres. De hecho, la relación que intenta establecer la religión con lo divino no es más que una proyección del amor y la devoción que les tenemos. Esta relación primaria, define nuestra personalidad y determina, en gran medida, como nos relacionaremos con el mundo. “Infancia es destino” afirmo Freud categóricamente.
– ¿Y las personas que no tuvieron a uno o dos de sus padres?
– Son marcados también por esa ausencia. Toda su vida buscarán inconscientemente lo que les faltó en la infancia. Y de alguna forma es lo que hacemos todos.
– Buscamos lo que no recibimos de nuestros padres.
– Buscamos la atención, el amor y el reconocimiento que fueron incapaces de darnos. A menos de que hayas tenido padres iluminados y plenamente realizados, estas tres necesidades básicas quedaron totalmente insatisfechas en tu infancia.
Si estás leyendo este libro, puedo estar seguro de que tus padres, nunca te vieron como eras en realidad, sino como ellos pensaban que deberías ser; puedo asumir que no tuvieron tiempo suficiente para ponerte la atención que necesitabas y que el amor que te dieron fue escaso y condicionado.
– No me gusta juzgar a mis padres, seguro que hicieron lo mejor que pudieron y ellos me dieron la vida…
– En primer lugar, no los estamos juzgando. Sólo estamos viendo lo que es para que puedas actuar en consecuencia. En segundo lugar, ellos no te dieron la vida. Y es precisamente esta mala interpretación de la realidad, la que produce una reverencia y una lealtad neurótica por un lado y una arrogancia y maltrato terribles por el otro.
– ¿Cómo está eso? Dices las cosas más extrañas.
– Mira, tú llegaste a este mundo a través de tus padres. Incluso si “eligieron” tenerte, ellos fueron sólo el vehículo que utilizó la vida para traerte aquí. Ellos simplemente respondieron a la programación social y biológica que nos mantiene aquí.
Tu mamá se descubrió embarazada un día y aceptó, en el mejor de los casos, alegremente permitirle a la vida que utilizara su cuerpo para crearte. En el peor y no poco común de los casos, lo aceptó a regañadientes y de mala gana se resignó a cumplir con el papel que le impusieron.
Tu padre, en el mejor de los casos, aceptó alegremente ayudar a tu madre y observar pacientemente el milagro que se daba dentro del vientre de su amada. En el peor de los casos, salió despavorido sin que le diera la gana participar en este suceso que estaba totalmente fuera de su control.
– Muy bien y ¿la reverencia y lealtad neuróticas?
– Para un nene estas dos personas son todo en la vida. Para él, su padre es Dios y su madre una Diosa maravillosa que no sólo le da calor, cariño y cuidados sino que “¡de su mismo cuerpo le alimenta!” Basta observar la mirada de un nene cuando está con sus padres para entender la fascinación que le causan ambos.
Este nene sabe que su vida depende de ellos, por lo que hará todo lo que sea necesario para agradarles y evitar a toda costa cualquier cosa que pueda alejarlos. Lo hará a pesar de su propio ser y sus propias necesidades. No tiene opción.
Esta reverencia infantil es normal y necesaria. El problema se da cuando perpetuamos esta devoción exagerada el resto de nuestra vida y hacemos todo lo posible para ignorar o justificar los terribles errores que cometieron al criarnos y seguimos buscando hasta la tumba su amor y su reconocimiento. Los buscamos en nuestros jefes, en nuestras parejas y en nuestros líderes.