En comentarios que hice a lo anteriormente compartido, un viejo amigo de la infancia me decía: Con las personas que amamos si mostramos nuestro verdadero yo, ¿Verdad?
Eso sería maravilloso, pero no es la realidad. Estamos tan identificados con nuestra mascara, con nuestra personalidad, que pensamos que “eso”, somos nosotros e incluso en la intimidad seguimos respondiendo a nuestras programaciones inconscientes. Cuando besas a tu novia, cuando le haces el amor, ustedes no se tocan, son solo las máscaras las que se besan y se acarician.
Pero lo sentimos cuando hacemos todo eso, ¿no crees?
Sienten una mínima parte, créeme. Entre tantas actitudes aprendidas, tantas acciones automáticas y tantas distracciones de tu mente, no queda espacio para ver al otro, para sentirte a ti mismo.
Pues me parece difícil de creer que siempre estemos escondiendo nuestro verdadero ser. Me reviró mi amigo Fulgencio.
¡Lo escondes tanto que ni siguiera le conoces! Cuando la gente no está tratando de convencer a otros de que es algo que no es, está tratando de que nadie se dé cuenta de lo que en realidad es.
Por un lado, exagerando y mintiendo para crear una máscara agradable para los demás y por otro lado fingiendo y ocultando porque lo que él cree que es en realidad, le avergüenza.
Fíjate bien, si escribes un diario, la tendencia es ocultarlo, reprimimos nuestras emociones, no expresamos nuestras ideas…
Entonces, ¿Vivimos en la mentira?
No en la mentira, en la superficie, nuestra personalidad es la circunferencia, nuestro ser es el centro. La circunferencia es el “como sí”.
Como si nos quisiéramos, como si nos importara, como si nos amaramos, como si…
El esposo hace como si fuera fiel y, tiene una amante, la mujer hace como si no lo supiera para no tener que preocuparse por el dinero, los hijos hacen como si estudiaran, el burócrata hace como si trabajara, el político como si le importaran los problemas de la gente, el policía como si fuera honesto, el sacerdote como si fuera obediente, puro y casto.
¿Y cómo hacemos entonces para conocernos?
Observar la forma en la que hemos sido condicionados. Pon atención a los programas a los que respondemos ciegamente.
– Espera, a ver… eso suena como si fuéramos robots…
– Somos robots, esclavos, títeres. Todos lo somos. Nada hay de original en ninguno de nosotros. Desde nuestra infancia nos han mentido, esclavizado, condicionado, domesticado, programado.
Lo que creemos que somos, nuestras metas, nuestros valores, nuestros temores, nuestros gustos; nos fueron impuestos por otros. Nunca se nos dio la oportunidad de elegir nuestras creencias. Nunca tuvimos la posibilidad de cuestionarlas. Nada hemos elegido.
Eso que crees que eres, esa persona que defiendes a capa y espada, esa personalidad de la que te sientes tan orgulloso o… tan avergonzado, no eres tú.
Esas metas que te mueven, los miedos que te controlan, las ideas que le dan sentido a tu vida, los valores que respetas; los heredaste todos. Fueron forzados en ti cuando no tenías posibilidad de rechazarlos, de analizarlos siquiera.
Entonces, ¿Resulta que somos un montón de monigotes sin voluntad, sin la posibilidad de elegir nada? ¿Así que somos manipulados a placer y no nos damos cuenta siquiera?
Mi amigo Ful, como le decimos cariñosamente, guardó silencio y me miró fijamente a los ojos diciéndome: ahora caigo en cuenta del porqué yo estoy acostumbrado a las respuestas fáciles, a la información predigerida, me gustaba no sólo que me dieran de comer en la boca sino, que quería que alguien masticara la comida por mí.
Enseguida, le hice algunas preguntas que me gustaría que tú también las contestaras para mejor ejemplo de lo que anteriormente te compartí.
¿Elegiste nacer?
No
¿Elegiste a tus padres o a tu familia?
(Algunos dicen que si los elegimos. Para mí, esas son tonterías newage)
¿Los elegiste?
No.
¿Elegiste ser hombre?
No.
¿Ser mexicano?
No.
¿Ser Católico?
No.
¿Tu nombre?
No.
¿La escuela a donde fuiste?
No.
¿Hay algo importante en tu vida que han determinado tu forma de ser y que tú hayas elegido?
No tienes la más remota idea de quién eres, vives detrás de la máscara que es la personalidad que te han dado, sin poder mostrarles a otros. Ingieres alcohol para poder aflojar tus ataduras. Sin sustancias extrañas en tu cuerpo no puedes hablar, no puedes reír abiertamente, no puedes bailar, no puedes siquiera expresar tus emociones. Como vives a través de otros, su opinión es más importante que tus sentimientos. El “qué dirán” es lo que rige tu vida.
Conocerse a uno misma es saber qué queda cuando te desprendes de todas esas etiquetas con las que te has identificado: de ideologías, de creencias, de nacionalidades, de estereotipos, de modas, etc.
Con la mirada perdida y como si pensara en voz alta mi amigo Fulgencio solo musito… ¡no es nada fácil!
Es lo más difícil que puedas imaginar, porque el salir del montón, es saltarse, aventurarse a lo desconocido, es como dijo Jesús: “perderse para poder encontrarse”. Es como dar un salto cuántico.
“Conócete a ti mismo” ¡guau! ¿Quién lo dijo primero?
Los griegos
-¡Ah sí! Ya lo sabía.
Mhhh… Claro…
Nos despedimos quedando de vernos nuevamente para seguir con nuestra charla.