Algunas personas cargan cuerpos del dolor densos, que nunca están completamente latentes. Pueden sonreír y conversar educadamente, pero no hace falta tener poderes psíquicos para sentir el nudo de infelicidad que bulle bajo la superficie, esperando el siguiente suceso que les permita reaccionar, la siguiente persona a quien culpar o confrontar, la siguiente razón para ser infelices.
Sus cuerpos del dolor nunca se satisfacen, siempre están hambrientos. Intensifican la necesidad del ego de tener enemigos.
Su reactividad hace que las cosas más nimias se salgan de toda proporción porque tratan de arrastrar a otros hacia su drama haciéndolos reaccionar. Algunas de estas personas viven en batallas prolongadas y finalmente inútiles o en litigios contra empresas y personas. Otras se consumen de odio obsesivo contra su antiguo cónyuge o pareja. Sin reconocer el dolor que llevan adentro, proyectan su dolor sobre las situaciones y los sucesos a través de su reacción. Puesto que no tienen conciencia alguna de lo que son, no distinguen entre un suceso y su reacción frente al mismo.
Para ellos, la infelicidad, y hasta el sufrimiento mismo, es parte integral del suceso o de la situación. Al no tener conciencia de su estado interior, ni siquiera saben que son profundamente infelices y que están sufriendo.
Algunas veces, las personas que poseen esos cuerpos tan densos se convierten en activistas en favor de alguna causa. La causa puede ser loable y es probable que al comienzo logren sus objetivos. Sin embargo la energía negativa que rodea lo que dicen y hacen, junto con su necesidad inconsciente de tener enemigos y conflictos, tiende a generar oposición creciente contra su causa.
Por lo general también terminan haciendo enemigos dentro de su propia organización, porque a donde quiera que van encuentran razones para sentirse mal, de tal manera que su cuerpo del dolor continúa encontrando lo que busca.
(Una Nueva Tierra, Eckhart Tolle)