¡Se ha descubierto que nunca hubo nada malo en ti!
Desde el primer momento no ha habido nada malo en ti. No naciste en pecado. Tu destino nunca fue enredarte en todo ese montón de basura. Nunca hubo nada fundamental que le hiciera falta a tu vida. Tan sólo lo imaginaste. Algunos trataron de convencerte que no eras lo suficientemente bueno. En tu inocencia y sin las pruebas evidentes de lo contrario te lo creíste.
Así que invertiste todos esos años tratando de arreglarte, purificarte y perfeccionarte. Fuiste tras el poder, la riqueza, la fama e incluso la iluminación con el fin de probar tu valía como un “yo”. Te comparaste con otras versiones de “ti” y siempre te sentiste inferior o superior y todo se volvió tan cansado tratando de llegar a esas inalcanzables metas, tratando de vivir a la altura de una imagen en la que ni siquiera creías honestamente anhelando un profundo descanso para ti.
Pero, siempre fuiste perfecto, ¿ves?… desde un principio. Perfecto en tu completa imperfección. Tus imperfecciones, tus manías, tus defectos, tus locuras, tu único e irremplazable sabor es lo que te ha hecho tan adorable, tan humano, tan real, tan abierto a cualquier interacción. Aún en tu imperfección, siempre fuiste la perfecta expresión de vida, el amado hijo del universo, la obra de arte más completa, única en el mundo y merecedora de todas las riquezas de la vida.
Nunca se trató de ser un perfecto “yo”. Siempre se trató de ser perfectamente Aquí, perfectamente Ahora, perfectamente tú, en toda tu divina extrañeza.
“Olvida esa oferta de perfección “, así canta Leonard Cohen. “Siempre hay una grieta en todo. Así es como penetra la luz.”
Jeff Foster