Cuando aprendes a pensar y «aprendes a aprender», tus posibilidades se multiplican. Eso es algo que no nos enseñaron en la escuela. De casi todo lo aprendido cuando éramos pequeños puedes sacar la misma conclusión. Es como si te hubieran enseñado a reparar la lavadora, pero no a usarla. ¿De qué te sirve eso?
No existe la acción de enseñar, sino la capacidad de ayudar a aprender. Trasladar los viejos conocimientos de una mente a otra no aporta nada nuevo al planeta; sin embargo, desarrollar las capacidades de las personas aflora su creatividad. Y el mundo avanza con ella.
Puedes leer muchos libros como éste, pero si tras su lectura no reflejas lo aprendido en los sucesos cotidianos de la vida, leer no servirá de nada.
Tener pensamientos es muy diferente a razonar, al igual que memorizar es distinto de aprender. Es la misma diferencia que hay entre el pescado y la acción de pescar.
La cultura de las empresas ha cambiado, y hoy no se valora tanto a quien sabe muchas cosas, sino a quien es capaz de ponerse al día. Y esto es así porque en el mundo todo cambia con muchísima rapidez. En ese entorno, no cuenta tanto lo que hayas aprendido, como tu capacidad para adaptarte a lo nuevo.
Lo importante no es «lo que sabes», sino «lo que haces con lo que sabes». De hecho, las grandes compañías pagan muy bien a sus ejecutivos por «lo que hacen con sus conocimientos», y no sólo por «sus conocimientos».
Con seguridad, tienes limitaciones de las que no eres consciente y te enfrentas a problemas sin saber que los estás afrontando. Cuando identifiques las dificultades que te encadenan, podrás empezar a librarte de ellas. No puedes ir de un lado para otro arrastrando esas pesadas cadenas que te sujetan los pies.
Los pensamientos, las creencias y las emociones -que albergan la mente y el corazón- definen el estado de conciencia de la abundancia y también el de la escasez. Es decir, todo aquello que establece la posición presente.
¿Sabes por dónde empezar?
Primero conoce tu estado presente, después define el estado deseado. Identifica los deseos de tu corazón. Y luego actúa para reducir la diferencia entre el estado presente y el deseado. El viaje más largo empieza con un simple paso. Podría ser que no llegaras, pero puedes acercarte mucho.


Fíjate en la Naturaleza: rebosa armonía. Y por ello la abundancia es la regla que se manifiesta de un modo sutil y casi milagroso. Desde el principio de los tiempos, a Naturaleza se las ha ingeniado para adaptar la vida del planeta a las situaciones cambiantes del entorno. Cumple perfectamente con ese trabajo. Es inteligencia en acción.
Esa sabiduría que lo dirige y organiza todo te abastecerá de lo que precises en cada instante. Ésa es su voluntad, pues no olvides que fue quien te dio un día la vida.
La abundancia del Universo se manifiesta en la energía creativa de la Naturaleza al ofrecemos cuanto necesitamos. Como formas parte de ella, tú también puedes
participar en el proceso creador.
«Algo hace no sabemos qué.» Y gracias a ello, la vida se recrea en sí misma y no se detiene jamás.
El pequeño planeta en el que nosotros vivimos es un oasis en medio del sistema solar. Si el hombre pretendiera crear algo parecido, simplemente fracasaría.
Atiende al trabajo silencioso de la Naturaleza; verás que ofrece inmensas recompensas a quien sabe apreciarlas. Reúnete a menudo con ella, pues tiene mucho que contarte:
Pasea por algún bosque,
Escucha sus rumores,
Abraza un árbol,
Toca el agua,
Huele la tierra,
Respira el cielo,
Cuenta las estrellas y ponle tu nombre a una.
Quédatela.
Todo eso es abundancia a tu disposición.
El mejor ejemplo de abundancia que conozco es el firmamento. No tiene principio ni final. No sabemos cuándo fue creado ni si algún día desaparecerá. Lo cierto es que nos pertenece a todos por igual. La Naturaleza nos enseña que se puede poseer todo sin tener nada.

Me gusta pensar que cada persona del planeta puede quedarse con una estrella… ¡y que aun así sobrarán! Creo que, al igual que su par en el cielo, cada ser humano brilla y parpadea con su propia luz.